Tajadas de aguacate

El día que puedas salir a descubrir el mundo, hazlo con humildad. Y a tu regreso ve descalzo si es preciso, para sentir la tierra y sus entrañas y la desnudez de volver a ser. No soy sabia, nunca lo he sido, pero hay verdades que se me dan bien.

Pensaba en esto y en otras tantas cosas, revolviendo un té de Pickwick, como en aquellas tardes de los ‘90, cuando la cuchara batía solo agua y un poco de azúcar, dejando a su rastro una impertinente melodía entre ésta y el aluminio del jarro.

Creía que regresar podía ser incluso más bestial que la partida. ¿Puede existir algo tan brutal como la incertidumbre detrás de un camino?

Mi hermana ya me había advertido, que tenía miedo de verme y encontrarse con otra yo. Un manojo de años no son nada para un alma peregrina, me repito hasta el cansancio.

“Que si la gente cambia cuando se va del país, que si las calles en Cuba huelen a podrido, que si todo se ve triste, fúnebre, que ya no hay acaso pulcritud y que la grieta de la decadencia se expande, que si el olfato ya es otro y que el sudor sería eso, secreción”.

Nada de eso puede ni debe espantarme si conozco el cadáver que nunca sepulté.

Sin apenas idea de qué cosa era volver, me había prometido a mí misma, desayunar pan con aguacate cada día y así fue mientras estuve en casa. Pocas cosas pueden ser tan gloriosas como volver a tener ante ti, unas tajadas maduras de esa estirpe, con la cáscara deslizándose perfectamente de la masa hasta tus dedos, milagrosamente entera y con una corpulencia sin igual.

Pan con aguacate en las mañanas para salir a andar la tierra. Otra vez descalza, sin nada más  que unas cuantas tajadas de algo, que bien pudiera llamarse nobleza.

***Este texto continuará. Es apenas un avance ¡caballero!

Puntuación: 5 de 5.

La grandeza de lo ordinario

davNo sé tú, pero yo saldré de esta cuarentena exactamente como la que fui ayer. No he hecho nada significativo, salvo traer para mi casa una mata de plátanos, si es que eso cuenta. No he aprendido a bailar, no me he creado una cuenta de TikTok y tampoco he hecho un voluntariado benéfico. Y la lista no muere ahí. Seguir leyendo

Y tú, ¿a qué le tienes miedo?

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Foto tomada en el verano de 2019, Holanda

Era una tarde de agosto cualquiera de 2019 y Holanda era, por esos días, digamos que otra Holanda. Podía saber, con solo mirar el jardín, en qué estación del año estaba. Porque si hay un país que cambia con sus estaciones es este. Los egels (erizos, pero no de mar) que despertaban de su modo winterslaap a comer por el jardín, los mosquitos sobrevolando en los charcos de agua, ratones que merodeaban por las orillas del canal que daba al fondo del patio, los hilos transparentes que dejaban a su paso las babosas, el gato del vecino que se hospedaba a ratos en mi casa, las lombrices debajo de las piedras, los graznidos de los patos y también, las primeras ranas. Seguir leyendo

Antes

Libertad

A mis madrileñas Yeni, Laura, Mari Carmen, Albita y Samy, porque después de un año sin escribir, ustedes lo merecen…

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Antes, lo más normal del mundo era no querer salir en las tardes a andar por el parque. Ni tener energías para ir a mirar cómo el mundo se hacía viejo, desde el césped hasta el viento. Porque no es igual una hoja de árbol en el alba que a plena luz del día. Antes, lo más común era quedarse en casa, con los pies estirados en lo alto, envejeciéndonos un poco nosotros mismos hacia dentro, ignorando la hierba, el aire y algo que dicen llamar libertad. Seguir leyendo